martes, 25 de mayo de 2010



A proposito de las elecciones, la Politiquería es un término de uso común en Colombia y de manera menos frecuente en otros países hispanoamericanos. La Real Academia Española (RAE) define politiquería como la acción de politiquear, es decir, intervenir en política, tratar la política con superficialidad y a la ligera y específicamente en América, hacer política de intriga o bajeza.

Politiquería es entonces un término derogativo de política, al cual entendemos como el arte del ordenamiento ciudadano, de la disciplina social y del gobierno dentro de un proyecto mancomunado. Para los griegos, que la llamaban politikos, era el arte del gobierno de la ciudad que en griego es Polis.

Desde esta perspectiva, tenemos que el término politiquería es bastante preciso y parte del concepto ideal de política como aquello que no alcanza a expresarlo. Por lo general, politiquería se asocia con corrupción política, pero no siempre tiene que ver con la corrupción.

Un politiquero es aquel individuo que no tiene en cuenta el ideal de la política, como el arte del trabajo para la promoción del bien común, sino que utiliza los métodos políticos para su propio beneficio. En este sentido resulta a veces difícil distinguir entre un político y un politiquero, puesto que el politiquero tratará de imitar en lo más posible al político. Sin embargo, una mirada crítica sobre la propuesta política debería bastar para apreciar la diferencia. Por lo general el politiquero se queda en la forma y tiene poco contenido, utiliza frases de cajón, trata siempre de impresionar, ataca a sus opositores de tal manera que sea dañada su figura (por ejemplo con ataques personales) y cambia de posición rápidamente si ello beneficia sus intereses.

Un político ejerce la política como vocación de servicio y tiene una actitud incorruptible. En su mente está siempre el proyecto social, el desarrollo de todos y propuestas pensadas para la solución y superación de crisis.

Un politiquero ejerce la política no como vocación sino como empleo para su propia subsistencia. Habla de lo social, de la economía, de promesas y demás no porque sepa de esos temas o quiera ejercer cambios sociales en beneficio de todos, sino porque los copia para impresionar a las masas y ganar adeptos. Al centro resalta su figura egoísta, su sed de poder y sus ambiciones personales, lo que pone por encima de sus propios seguidores. El politiquero promete pero no cumple, rompe pactos sin sentirse avergonzado, traiciona a quien no le interesa, busca derrocar a quien se pone en su camino y es por lo general un mentiroso y un sínico. Paradójicamente, el politiquero es capaz de acusar a sus opositores de ser politiqueros.
De acuerdo con esta propuesta, el concepto (que no el ejercicio) de la politiquería solo existe en el contexto del contenido y el acto del discurso populista, o como en el caso de estas líneas, del debate en torno a ese tipo de discurso. De tal manera, la palabra politiquería abarcaría todos los actos perniciosos de cualquier político, pero solo cuando son traídos a colación por otro político durante una arenga, o en una declaración mediática; así, vemos que siempre se hace referencia a la politiquería como un acto de otros, ajeno y reprobable. Para clarificar un poco, veamos algunos ejemplos.

Si el implicado se reúne con algunos gamonales coterráneos para acordar la manera de obtener la mayoría en una corporación y decidir cómo repartirán los puestos, se trata de una "reunión para hacer acuerdos programáticos", pero si
quien hace esa misma reunión es su opositor, se dice que es una "manguala", uno de los más tradicionales actos politiqueros.

Si el candidato Fulano es elegido Presidente de la República con un censo electoral inexacto y poco fiable, el nuevo presidente no pone ningún problema, porque "las elecciones reflejaron la voluntad popular". Pero si con ese mismo censo electoral el referendo que dicho presidente propone resulta rechazado, entonces es una "situación intolerable que no permite conocer la realidad de la votación". Claro, la misma situación ahora sí afecta negativamente sus intereses, y mantenerla sería hacerle el juego a la politiquería.

Cuando en campaña todavía se tiene la esperanza de derrotar al otro candidato presidencial, no se duda ni un instante en referirse a él como "el candidato paramilitar" y a los copartidarios que se van a las filas de este último se les increpa con vehemencia, tildándolos de oportunistas, traidores o vendidos.

Pero, oh sorpresa, cuando ya se perdieron las elecciones contra esa persona, el antiguo rival partidario, que estaba totalmente en contra de los planteamientos políticos del ganador, tampoco lo piensa dos veces para aceptar embajadas o representaciones internacionales bajo el mando del antiguamente "candidato paraco". Si lo hace otro, es politiquería; si lo hago yo, es "dejar de lado las diferencias para buscar el bien del país".

Por ejemplo si durante años las entidades de control han estado encabezadas por personas pertenecientes a uno de los partidos tradicionales y al mismo tiempo su partido detenta las mayorías en el Concejo de Bogotá, esa situación nada tenía de raro.

Si, como ahora, ocurre lo mismo pero con un sector político diferente, entonces salen los que fueron desplazados de esa condición a decir que "la situación actual plantea serias inquietudes acerca de la independencia de los organismos de control". Eso es politiquería, y si quisiéramos hacer una lista detallada de todas sus expresiones, el trabajo sería muy largo. Hablar contra la politiquería en Colombia es el ejercicio predilecto del hipócrita, del político que está listo a tirar la primera piedra para señalar a otro político que hace exactamente las mismas cosas reprobables que él. Claro, esa mano pronta a eliminar, se esconderá en la medida de lo posible cuando los vaivenes políticos impongan la necesidad de una "alianza" con aquel a quien se atacó. Lo que uno no acaba de entender es, ¿como existe politiquería en el país, cuando todos los políticos luchan contra ella? La verdad es que luchan contra la politiquería ajena, porque la propia nunca es vista como tal, y en ese orden de ideas, se está contra la politiquería del otro, no por que esté mal, sino porque le quita espacio y oportunidades a la propia corrupción, bajo la filosofía de que "si no me lo robo yo, alguien más se lo robará". Si todas las palabras contra la politiquería que se han dicho en este país hubieran sido sinceras, la situación sería diferente.

Cuando la gente dice que no le interesa la política lo que quiere decir es que no le interesa la politiquería, esa suerte de competencia pública de descalificaciones e insultos en la que caen tarde o temprano la gran mayoría de los servidores públicos.

La verdadera Política es el Servicio Público, es una actividad en la que se hace más de lo que se habla y cuando se habla es para producir un beneficio para el país, no para desprestigiar al otro.

Aunque la democracia se fundamenta en el debate, éste puede ser sano y constructivo, ya que el auténtico debate es un diálogo en el que se contraponen ideas y puntos de vista; se discute, pero en el sentido más alto del término. Se puede discrepar y manifestar abiertamente esa discrepancia, pero para ello no se necesita desprestigiar a la contraparte y menos cuando se lo intenta usando falacias por todos detectables.